París, 27 ene (EFE).- La noche del 28 de enero de 1998 fue glacial en Francia, el termómetro coqueteaba con los 0 grados cuando Francia y España saltaron a un césped nuevo, rodeados de 80.000 espectadores que asistían al nacimiento de uno de los mayores estadios de Europa.
El Estadio de Francia se inauguró con un gol de Zinedine Zidane, preludio de la que sería, medio año después, la noche que marcó su leyenda, la del 12 de julio e la que los "bleus" derrotaron a Brasil en la final del Mundial, el primero que se celebraba en los Campos Elíseos.
En solo dos décadas, el Estadio de Francia se ha forjado una historia jalonada de fútbol, rugby y conciertos, porque ningún club ha instalado en él su cuartel, demasiado grandioso, lujoso y caro, lo que le convierte en un lugar de grandes eventos puntuales.
Ya sea las selecciones de fútbol y rugby, que reservan sus noches más gloriosas al estadio situado en el municipio de Saint-Denis pero alejado apenas 40 minutos del centro de París, como los más prestigiosos artistas del momento, que han llenado hasta la bandera el grácil coliseo de techo volador.
El Mundial de 1998 abrió al puerta a otros grandes eventos, como los Mundiales de Atletismo de 2003, el Mundial de rugby de 2007 o la Eurocopa de 2016, pero también escenario para U2, los Rolling Stones y otros grandes grupos mundiales.
Su construcción fue controvertida porque había otros candidatos a acoger el gran estadio con el que Francia pretendía optar a albergar el Mundial de 1998.
Finalmente se eligió este municipio del norte de la capital, reputado por albergar una población popular, que aprovechó el tirón del estadio para renovar todo un área, enterrar una autopista, acoger dos estaciones de cercanías y levantar un barrio de oficinas que hoy en día emplea a miles de personas.
Toda una transformación que vino de la mano de un coliseo que costó 364 millones de euros y que supuso un desafío arquitectónico, el de colgar de los aires un techo de 500.000 toneladas y 6 hectáreas sin que eso perturbara la visión del césped.
El resultado ha sido la marca de identidad del Estadio de Francia, ese óvalo que se aprecia desde la distancia y que, todavía hoy, 20 años después de su inauguración, le otorga un aspecto de modernidad.
Otro signo distintivo son sus gradas móviles, que se repliegan en su parte inferior para descubrir una pista de atletismo que le permite transmutar en un estadio olímpico, algo que sucederá de nuevo dentro de seis años.
Antes volverá a acoger en 2023 un Mundial de rugby y, para entonces, con la vista puesta también en los Juegos, se invertirán 70 millones de euros en su renovación, para aclimatarle a los tiempos modernos.
El Estadio de Francia no debió llamarse así. Se organizó una encuesta para que el público bautizara el lugar y con amplia mayoría optaron por el nombre de Michel Platini.
Pero el entonces co-presidente del comité de candidatura del Mundial de 1998 se negó y aconsejó que se llamara Estadio de Francia, una propuesta que solo había sido la quinta elegida por el público.
Por aquellos años, nadie contradecía la voz de Platini y el estadio fue bautizado como él deseaba, un nombre que ha se ha asentado entre el público y los medios.
En dos décadas, ha acogido 156 partidos de fútbol, 140 de rugby y 114 conciertos.
No siempre su historia ha sido feliz. La noche del 13 de noviembre de 2015 en los aledaños se escucharon dos explosiones. El público que asistía en el interior a un amistoso Francia-Alemania no se enteró de nada hasta que las autoridades les informaron de que no podían abandonar el lugar por motivos de seguridad.
El presidente de entonces, François Hollande, fue evacuado de urgencia. París era el escenario de los atentados terroristas más sangrientos que ha conocido, con 130 víctimas, una sangrienta jornada que comenzó en el Estadio de Francia de Saint Denis.