Berlín, 22 ene (EFE).- La dictadura que ejerce el Bayern en la Bundesliga se puede comprobar con una simple mirada a la clasificación en la que destacan los 16 puntos de ventaja frente al segundo, actualmente el Bayer Leverkusen. Una segunda comprobación muestra que esa es la misma distancia que separa al Leverkusen de la zona de descenso.
La clase baja prácticamente no existe en lo que se refiere a esta temporada. En otras si hubo equipos como el Paderborn o el Ingolstadt, que ya se daban por satisfechos por pasar una o dos temporadas en la máxima categoría del fútbol alemán.
En la parte baja de la clasificación lo que se encuentran son grandes venidos a menos, como el Hamburgo, que se ha convertido en un ejemplo paradigmático de mala gestión deportiva.
Otro grande venido a menos es el Werder Bremen, que sigue siendo el tercero en la llamada clasificación eterna de la Bundesliga, por debajo del Bayern y del Borussia Dortmund y por encima del Hamburgo, que es cuarto todavía pese a que su razón de ser en los últimos años ha sido la lucha por la permanencia.
De los 18 primeros de la clasificación eterna, faltan tres equipos en la primera categoría actual que son el Kaiserslautern, el Núremberg , el Bochum y el Karlsruhe. En su lugar están el Hoffenheim, el RB Leipzig, el Friburgo y el Augsburgo.
El Hoffenheim, un equipo inventado por el magnate Dietmar Hopp, y el Leipzig, urdido por el consorcio Red Bull, son clase emergente, con algunas señas típicas de los nuevos ricos. El Augsburgo y el Friburgo tienen cierta grandeza dentro de su modestia, que ha hecho que se ganen el respeto de todos.
La clase alta, por su parte, se reduce al Bayern, como ocurre desde los años setenta, al margen de rebeliones -como la del Borussia Mönchengladbach, en los setenta, la del Hamburgo en los ochenta y más recientemente la del Dortmund- que a la postre han sido sofocadas.
El Leipzig, en apenas dos temporadas en la primera categoría, ha mostrado intenciones de convertirse en líder de la rebelión. Pero su origen de equipo hecho a punta de talonario y por la gracia de un mecenas único, lo mismo que el Hoffenheim, le genera las antipatías que suelen generar los nuevos ricos.
Un efecto secundario de ese esquema es que cuando en la Bundesliga surge un jugador con ciertas perspectivas a largo plazo está entre la alternativa de fichar por el Bayern -el último caso ha sido el de Leon Goretzka- o marcharse del país.
Esa lleva a la que la clásica queja de que el Bayern debilita a sus competidores quitándole a sus mejores jugadores se matice a veces diciendo que de otro modo no se hubiera podido seguir viendo en Alemania a esos jugadores.
Actualmente -el Bayern va camino de mejorar su propio récord con seis títulos seguidos de la Bundesliga- le hegemonía bávara, unida al mal rendimiento de los otros equipos alemanes en las competiciones europeas, genera preocupación.
Muchos sueñan con cinco o seis equipos que formen una elite y que que además sean competitivos en Europa. Otros proponen cambiar el esquema del torneo, con series de eliminación directa al final, entre los primeros cuatro, para quebrar la hegemonía.
Al margen de esas propuestas, y pese a la hegemonía del Bayern, hay un hecho curioso en vista de lo anterior y es que los estadios siguen llenos.
Cada afición tiene su propia agenda -algunos la lucha por la permanencia, otros la lucha por Europa- y, aparte del título liguero, de momento todo parece abierto.
El legendario Raúl González decía, en sus épocas del Schalke, que en la Bundesliga el último le podía ganar tranquilamente al primero. El en que lo dijo, el Gladbach, siendo colista, derrotó al Dortmund que era líder -y fue campeón- y al final se salvó del descenso.
Desde entonces, lo que ha cambiado es que nadie parece capaz de ganarle tranquilamente al Bayern. Pero tal vez siga siendo cierto que el último le pueda ganar tranquilamente al segundo.
Rodrigo Zuleta